Tal como afirma Juan A. Planas Domingo –Presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía y orientador del IES Tiempos modernos–, la sociedad del futuro demanda, cada vez más, personas con una gran madurez emocional, capaces de tolerar la frustración, trabajar en equipo, muy motivados y con gran capacidad de liderazgo. Capacidades, todas ellas, relacionadas con la inteligencia emocional –como la perseverancia en la tarea, la capacidad de innovación y creatividad, la empatía…– y necesarias para mejorar personal y profesionalmente. Por eso, iniciamos hoy una serie de colaboraciones relacionadas con la importancia de la educación emocional. ¡Y qué mejor que educar estas competencias desde la niñez!
Comenzaremos por explicar qué se entiende por ‘inteligencia emocional’. Cuando nos referimos a este concepto, hablamos de la capacidad para poder reconocer nuestras propias emociones y las de los demás, regularlas y saber adaptarlas a las necesidades personales. Por ejemplo: el niño que es capaz de consolar a su amigo que llora amargamente, que tolera bien la frustración o que sabe demorar la recompensa tiene inteligencia emocional.
A continuación, proponemos algunas pautas y consejos básicos para que las familias podáis poner en práctica y llegar a desarrollar esas capacidades emocionales:
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La autoestima, fundamental. Es importantísimo fomentar desde su más tierna infancia la autoestima de tus hijos. Ofréceles siempre seguridad y previsibilidad. No hay nada que genere mayor inseguridad en un niño pequeño que las normas cambiantes, la falta de previsión y los cambios bruscos.
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Aprender de la adversidad. Debemos enseñar a nuestros hijos, día a día, a sobrellevar las adversidades. Es muy educativo que aprendan que cada error conlleva una consecuencia y que no todo lo que se quiere en esta vida, se puede conseguir.
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Los premios, poco a poco. Es preciso acostumbrarlos a ralentizar los premios. La inmediatez en recibir cualquier compensación hace que nuestros hijos se vuelvan exigentes y ansiosos. Obviamente, habrá que ir acompasando esta demora a la edad.
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Límites y curiosidad. Saber poner límites, imprescindibles en su educación, favorecer la autoestima y fomentar siempre su curiosidad tiene mucho que ver con todo lo relativo a la inteligencia emocional.
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Expectativas, siempre favorables y realistas. Debemos acostumbrar a nuestros hijos al sentido del humor, a ser optimistas y a tener expectativas de éxito. La famosa autoprofecía cumplida tiene mucho que ver con las expectativas que vayamos generando para ellos. Si nosotros les transmitimos unas expectativas favorables y realistas ellos tenderán a esforzarse por cumplirlas y, por el contrario, cuando éstas sean bajas, se desanimarán con facilidad y no se esforzarán por mejorar y superarse.
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Empatía y resiliencia. Existen también otras cualidades, no menos importantes, que se deben y pueden trabajar desde la propia familia, en el ámbito de la educación emocional, como son la empatía –saber ponerse en la piel del otro– y la resiliencia –capacidad para sobreponerse en las adversidades–. Y, como siempre, para fomentarlas, nada mejor que predicar con el ejemplo.