“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”
María Montessori
¿Es posible un mundo sin guerra? ¿Sin conflictos? Según Vicenç Fisas, la educación es un instrumento decisivo para llevar a cabo este cambio social, aunque como complemento a esta, resalta la importancia de la transformación de los conflictos mediante el uso de la creatividad, el conocimiento, la comprensión, la solidaridad, la empatía y lo más importante, el diálogo, mediante el que se consigue la superación de las dificultades para el logro de un beneficio común para todos: una cultura de paz, opuesta totalmente a una cultura de violencia.
Pero, ¿Qué es una cultura de Paz y cómo se consigue? Francisca Sauquillo, fundadora de la ONG Movimiento por la Paz, explica que se deben propiciar ambientes para el desarrollo de unas habilidades que permitan a todas las personas convivir. Es por ello que se resalta el trabajo de las relaciones interpersonales y la educación afectiva debe ser el principal punto de partida cuando se trata de desarrollar la capacidad comunicativa y la sensibilidad para conseguir una convivencia respetuosa y pacífica.
La teoría es clara, veamos ahora dónde encontramos el punto de partida…
Hablamos de educación y de educar en valores tan importantes como la empatía, la solidaridad y el respeto, pero quién educa, cómo educa y dónde educa, pues la educación para la paz es una educación que engloba distintos ejes de trabajo y, por tanto, un trabajo duro y que no solo atañe a una persona.
El primer eje, la familia. Ese grupo de personas que comparten algo en común. Hablando en primera persona, tuve la suerte de nacer dentro de un contexto familiar estructurado y sencillo, en el que el Amor y el Cariño fueron el eje central de mi educación. Pero, ¿Qué pasa cuando esto tambalea? A lo largo de mi vida he visto ejemplos de familias en las que la fuerza de los conflictos prevalecía sobre el Amor. El resultado: niños tristes que, en su mayoría, al convertirse en adultos huían de todo problema y evitaban la relación compleja con el mundo y la familia, pues este pilar y eje fundamental en la vida de los más pequeños estaba quebrado.
Como maestra, educadora o guía puedo decir que gracias a mi familia soy la persona que soy. ¿Es importante pues, la transmisión de valores desde el seno familiar? Sin duda me atrevo a afirmarlo, pues poco puede hacer un maestro si la familia no lo acompaña y es aquí donde, en ocasiones, nacen los niños abandonados de espíritu.
Texto: Judit Moya Sáez (LAND OF HOPE – PROJECT)